EL EFECTO RELÁMPAGO DE LA GRAN PIRÁMIDE


Nuevos Horizontes estuvo allí.
En EXCLUSIVA, desde uno de los lugares más enigmáticos de nuestro planeta, pudimos contemplar un fenómeno tal inusual como extraordinario, EL EFECTO RELÁMPAGO DE LA GRAN PIRÁMIDE DE GIZA, o, como afirman muchos, el máximo exponente del dominio del hombre sobre la arquitectura y la astronomía, si es que fueron los hombres quienes elevaron tan colosal monumento…


 

Cairo, sábado 20 de marzo de 1.999

Las gestiones realizadas habían resultado infructuosas. El Dr. Zahi Hawass se encontraba viajando por América, por lo que la autorización que solicitábamos fue desatendida. Ante la ausencia de su director ningún inspector de las pirámides se hacía responsable de que un pequeño grupo de españoles vulnerase la paz que la noche siguiente envolvería a la Meseta de Giza. Tampoco surtió efecto la carta de recomendación del Consejero de Turismo de la Embajada de Egipto en España, el egiptólogo Dr. Hamdi Zaki. Nuestra pretensión era obtener los permisos necesarios para una visita nocturna a la zona de Giza, situarnos frente a la cara sur de la Gran Pirámide y esperar a que amaneciera, pero ello resultaba excesivamente extraño a unos arqueólogos que nos tomaban más por locos que por investigadores. El área arqueológica se abriría al público a las 8 de la mañana, pero ya sería demasiado tarde, dos horas antes el primer rayo de sol del equinoccio de primavera habría incidido en la Gran Pirámide y nuestro viaje habría resultado un fracaso.

La solución al problema vino por parte de nuestro amigo y guía Ahmed El Sharkawy. Existía un "truco" para acercarse a la zona arqueológica sin levantar las sospechas de los desconfiados guardianes. Siguiendo sus instrucciones nos adentramos en el poblado árabe que se encuentra junto a la Esfinge y llegamos a los establos Shocoko Abou Basha. Un pomposo cartel indicaba "Escuela de Equitación", título bastante optimista que no hacía justicia a la estampa de los famélicos pencos que nos observaban entre una nube de moscas.

Y, efectivamente, a lomos de los caballos y guiados por los ayudantes, la posibilidad de visitar de noche la zona sur de la meseta de Giza podría hacerse realidad. Negociamos el precio de los animales y de los hombres, las propinas, los extras por la nocturnidad y la alevosía y quedamos en encontrarnos esa misma noche dos horas antes del amanecer. Con el trato cerrado quedamos nosotros convencidos de poder asistir a un espectáculo único; y, los árabes, de que estábamos locos.

 

Entre el mito y la realidad


En el año 820 los obreros del califa Abdullah Al Mamun conseguían, tras romper algunos bloques, llegar hasta el interior de la Gran Pirámide de Giza. En un país donde sistemáticamente a lo largo de los milenios una de las profesiones más lucrativas era la de buscador de tesoros, la hazaña de Al Mamun quedó registrada como una muestra más de la codicia humana. Pero no fue así. Ya en tiempos de su padre, el califa Harun Al-Rashid, famoso por narrarse sus aventuras en "Las Mil y Una Noches" (Noches Arábigas), se pagaba a los traductores una cantidad de oro del mismo peso que la obra traducida, convirtiendo a Bagdag en un importante foco de sabiduría. Al Mamún fundó universidades, protegió como mecenas las artes y las ciencias, amplió la biblioteca creada por su padre y construyó en Bagdag un observatorio astronómico desde donde sus sabios catalogaron las estrellas para realizar el primer mapa estelar del mundo islámico. Sus astrónomos consiguieron medir la longitud de un grado de latitud en el terreno de la llanura contigua a Palmira, al norte del Eúfrates, y su interés por la astronomía y la geodesia le llevaron hasta la Gran Pirámide.

Las razones para adentrarse en el interior de la pirámide no eran económicas. Sus servicios secretos le informaron que, según la leyenda, en la Gran Pirámide existía una sala donde se encontraban depositados mapas de las esferas terrestre y celeste, así como otros muchos datos relativos a los cielos ya que, según se creía, el monumento fue creado por unos hombres sabios que dejaron en la obra todo su conocimiento geográfico y astronómico. Y no les faltaba razón.

 

Agatárquides de Cnido, escritor helénico y filósofo peripatético, guardián del rey de Egipto a finales del siglo II a.C., ya dijo que la longitud de un lado de la base de la pirámide era igual a 1/8 de minuto de grado y el apotema de su cara a 1/10 de minuto, medidas que se cumplen con rigurosa exactitud. Los constructores de la Gran Pirámide dieron a su base una longitud igual a la distancia que recorre la Tierra en 1/2 segundo de tiempo de rotación y una altura correspondiente a la distancia de nuestro planeta al sol en perihelio, datos que resultan increíbles para una civilización de la Era del Cobre. Ingenuamente, el egiptólogo Jean Philippe Lauer escribió: "Si no nos encontramos frente a una simple coincidencia y si semejante precisión fue, en realidad, intencional, se plantea la cuestión de saber cómo pudieron obtenerla…".

Al Mamún tenía constancia de los datos astronómicos que guardaba la pirámide porque, además, el arquitecto diseñó el monumento para que en determinadas fechas del año funcionara como un gran reloj, en el que los reflejos solares y las sombras señalarían momentos exactos del almanaque. Tales fenómenos podían ser vistos por todos los que contemplaran la pirámide convirtiéndose, desde épocas muy remotas, en centro de reunión de peregrinos adoradores del sol.

 

Recuperando un saber perdido


André Pochan, investigador francés, envió algunas muestras procedentes de bloques de revestimiento de la Gran Pirámide a la Facultad de Ciencias de la Sorbona, donde el prof. Boulanger analizó los restos de coloración con que parecían estar pintados. Sus estudios, continuados por su hija François Boulanger, dictaminaron que la pirámide, originalmente, estuvo pintada con una sustancia que contenía hierro, manganeso, fósforo y sodio. Cualquiera de los tonos que adquiere el óxido de hierro, del amarillo oscuro al granate, pudiera haber sido el dominante, con lo que el color rojo descubierto por Pochan sería solo el resultante de los miles de años que la pintura estuvo expuesta al sol. La opinión generalizada es que estuvo pintada de un naranja brillante y los rayos de sol que reflejaba sus caras podían verse a 100 kilómetros de distancia. Los bloques de revestimiento, pulidos a espejo, hacían que la pirámide sirviera como faro de todos los que buscaran su posición. Debió ser un espectáculo impresionante.

Hoy, de los 27.000 bloques de revestimiento de mármol que tuvo la Gran Pirámide sólo quedan seis, situados en la primera hilada de la cara norte. La reconstrucción de la funcionalidad solar del monumento ha llevado a los investigadores a conocer los dos principales fenómenos que el monumento promovía.

Del primero de ellos sólo quedan rastros para interpretarlo y se refiere a la sombra que la punta de la pirámide realizaba en el suelo de la meseta de Giza, que funcionaba como un enorme calendario. La posición del sol sobre la meseta de Giza a lo largo del año hace que desde el 1 de marzo hasta el 14 de octubre la pirámide no proyecte ninguna sombra, ya que la sombra de su punta queda dentro del propio monumento. Sin embargo, durante todo el año restante, la sombra de la punta del monumento va recorriendo la explanada norte con una precisión que permitía marcar en el suelo la fecha exacta. El 29 de marzo de 1.837 el coronel inglés Howard Vyse, descubrió en la zona norte de la pirámide un zanja de dos metros de profundidad y que discurría paralela a la cara norte de la pirámide a una distancia de 91,40 metros. Con ello constató que, originalmente, junto a la Gran Pirámide se realizó el trabajo de rebajar y pulir la meseta hasta esa distancia. ¿Era suficiente esa distancia para alojar la sombra de la Gran Pirámide? Pochan lo calculó. Si en tiempos de Keops la oblicuidad de la eclíptica era de 24º 20' 17", el ángulo formado por el eje de la pirámide con la línea del sol a mediodía, el día del solsticio de invierno (el día de la sombra más larga) era de 54º 19' 9". De donde resulta que la sombra que proyectaba la punta de la pirámide tenía una longitud de 147 metros (altura de la pirámide) x tangente de 54º 19' 9" = 204,95 metros. Si a esta distancia le restamos la parte de pirámide edificada (mitad de la cara), tenemos que 204,95 metros - 115,7 metros = 89,25 metros. Es decir, que la sombra máxima de la pirámide en la meseta de Giza tendría 89,25 metros y para ello se hizo una explanada de 91,40 metros. Con ello se demostraba que, efectivamente, la zona norte de la pirámide servía como calendario anual al poder cotejar la sombra producida por su cima.

Sobre el segundo fenómeno solar que la Gran Pirámide producía las evidencias son mucho más tangibles y constituye la hazaña arquitectónica y astronómica más espectacular de todos los tiempos..

 

El Efecto Relámpago


Hace 65 años, el día 21 de marzo de 1.934, André Pochan realizó una serie de fotografías de la cara sur de la Gran Pirámide. Se convertía así en uno de tantos observadores que desde hacía milenios eran testigos del matrimonio entre el sol y la pirámide en la fecha señalada de los equinoccios. El hecho de que faltasen la práctica totalidad de los bloques de revestimiento originales lo suplió con el empleo de la película infrarroja, sensible al calor y capaz de reproducir fenómenos invisibles al ojo humano. Los negativos revelaron lo que hace miles de años podían contemplar los egipcios de una forma directa y Pochan definió el fenómeno como "El Efecto Relámpago".

Estas observaciones pudieron aclarar una anomalía que el mensurador Sir William Matews Flinders Petrie descubrió en la pirámide. Las mediciones de Petrie habían detectado que la base de cada una de las caras no era una línea recta sino que formaban un ligero ángulo de 27 minutos hacia dentro, es decir, el centro de cada cara se introducía 90 centímetros dentro de la pirámide. Petrie interpretó que los bloques de revestimiento que faltaban serían más anchos en el centro de la pirámide que en los costados para compensar esta diferencia. Pero Pochan dedujo que, desde su construcción, las caras de la pirámide tenían una concavidad que dividía todo el plano triangular en dos triángulos más pequeños que hacían que la pirámide no estuviera constituida por 4 caras sino por 8.

Con ello, la cara sur de la pirámide estaría compuesta por dos planos divididos por la apotema de la cara, o la línea que va desde el centro de la base hasta la cima de la pirámide. Y el que ambos planos se enfrentaran con tan solo 27 minutos de arco iba a producir algo realmente maravilloso y calculado con toda precisión. Durante el amanecer y al atardecer de los días de los equinoccios el sol incide sólo en una de las partes de la cara, quedando la mitad de la cara sur iluminada y la otra en sombra. El efecto dura 5 minutos tras los cuales la luz de la parte iluminada se pasa también a la parte en sombra y es cuando se produce una especie de flash o relámpago que, en la época en que estuvo la pirámide revestida de mármol, anunciaría esta fecha tan importante.

 

Meseta de Giza, Cairo. 21 de marzo de 1.999. 4 de la mañana.


Los caballos fueron saliendo uno a uno del establo. El ritual de ponerles la silla y los correajes nos introducía en ceremonias milenarias. La hospitalidad árabe nos obsequió con un cálido té que, por unos momentos, nos hizo olvidar el frío de la noche. Minutos más tarde, conducidos por los guías, penetrábamos cabalgando en la oscuridad del desierto.

No había estrellas. El cielo estaba cubierto y el viento nos azotaba la cara. A nuestras espaldas quedaban las últimas luces del pueblo y enfrente adivinábamos las pendientes de un pequeño montículo de piedra llamado Maadi. Justo cuando nos acercábamos a la zona donde en los últimos años se han descubierto las tumbas de los "obreros de las pirámides" torcimos hacia el sur bordeando la ladera que cuando bajó de nivel pudimos atravesar hacia el oeste. Al fondo pudimos divisar los restos de la tumba de Covington pero esta vez no nos dirigimos hacia ella. El nuestro no era un viaje turístico y nos dirigimos directamente a la cumbre del Maadi.

Eran ya las 5 y media de la mañana. Desde la atalaya natural divisábamos desde el sur toda la planicie de Giza que, poco a poco, se iba iluminando con la aurora. Pero el cielo seguía gris y temíamos no poder ver los primeros rayos de sol de la mañana. Nuestra esperanza residía en que el mismo viento que nos tenía congelados podía convertirse en nuestro aliado y despejar las nubes. La salida del sol estaba prevista para las seis en punto de la mañana. Faltaban 5 minutos y todo el horizonte luminoso seguía lleno de nubes. Sin embargo, pese a todo, el espectáculo que divisábamos era impresionante. Bajo nosotros se encontraba un cementerio árabe. Un poco más allá la Esfinge, rodeada de sus templos, y tras ella la Gran Pirámide. Todo el conjunto de Giza, la más importante zona arqueológica del mundo, se encontraba nuestros pies. Seguramente, miles de años atrás, en esta noche la meseta se iluminaba de antorchas y sacerdotes y peregrinos esperaban, como ahora nosotros, a que llegase el alba. Y sus cantos, como ecos del pasado, llegaban hasta nosotros camuflados entre los ladridos de los perros, únicos seres vivos que pudimos observar en la penumbra.

Y el milagro se produjo. A las 6 menos un minuto las nubes del horizonte dejaron que viésemos el azul del cielo justo en el momento en que el primer rayo de sol asomaba. Inmediatamente despertamos de nuestro letargo. Los árabes, embutidos bajo sus mantas, observaron como los trípodes se afianzaban sobre el terreno y las cámaras comenzaban a disparar. Los objetivos estaban dirigidos a la Gran Pirámide y nuestra mirada coincidía con la de la Esfinge en ese punto del horizonte donde el dios Ra se elevaba majestuoso.

Sólo dos días al año, justo los días de los equinoccios del 21 de marzo y del 21 de septiembre, el sol sale exactamente por el este geográfico y marca los dos únicos días en que las horas del sol son las mismas que las de la noche, o sea, 12. En el antiguo Egipto el día del equinoccio de primavera, el 21 de marzo, marcaba el comienzo de la primavera y era celebrado como el día del cumpleaños de la diosa Isis, diosa de la Tierra y de la naturaleza. Y resulta lógico que en algunos documentos antiguos se relacione a la Gran Pirámide como Templo de la diosa Isis, un templo que por sus medidas y su orientación marcaba a todo el país la fecha tan singular aniversario.

Desde la cumbre del Maadi nos sentimos unos privilegiados de poder sentir esos rayos de sol en la cara, de tener la meseta de Giza a nuestros pies y de rememorar una de las principales ceremonias del Antiguo Egipto. Nos íbamos pasando los prismáticos para observar, efectivamente, que la mitad de la cara sur de la Gran Pirámide estaba iluminada mientras la otra mitad se encontraba en sombra. Lucía Capa, arquitecta, no daba crédito a lo que estaba observando. La nivelación, angulación y orientación de cada una de las 204 hiladas de piedra de la pirámide, que tiene una base donde caben 8 campos de fútbol y una altura similar al edificio más alto de España, estaban diseñadas y construidas con un fin y una perfección difícil de admitir. Con el volumen de piedra de la Gran Pirámide se podrían construir todas las ermitas, iglesias y catedrales románicas y góticas de Europa. Sólo manejaban el cobre y no conocían la rueda. Miré a Lucía y le pregunté con la mirada, ¿cómo pudieron hacer eso?. Su sonrisa quedó flotando en el ambiente de aquella inolvidable mañana.


Documento creado por ChusBer basado en el artículo publicado por Manuel José Delgado en la revista NUEVOS HORIZONTES en el mes de Febrero del año 2000.

VOLVER AL INDICE DE ARTÍCULOS